domingo, 5 de septiembre de 2010

Momentos...




Una lágrima cayó por mi mejilla. Me acariciaba suave y lentamente la piel…
-       No llores - dijo Lara, que estaba tumbada en una de esas camas blancas de los hospitales.  Unas ojeras enmarcaban sus ojos azules. Su tez, pálida, le daba un aspecto de debilidad. Aún así, mantenía su expresión dulce y serena, con tranquilidad.
-       Creo que es inevitable.
-       Si, supongo - dijo con toda la tranquilidad del mundo, acariciándome la mejilla.
-       ¿Cómo puedes estar tan tranquila? - conseguí decir con tartamudeos - No puedes marcharte sin más.
-       No me marcharé del todo. Una parte de mí se quedará aquí, para siempre, contigo.
-       Pero eso no basta. No podré tocarte, no podré abrazarte, no podré mirarte a los ojos y saber que sientes, no podré darte la mano y viajar así juntas a correr aventuras, no podré hablarte…
-       Pero podrás sentirme. A mí, mi verdadera esencia. Parte de tu ser, parte de la naturaleza del mundo. Esa parte que siempre sentirás, porque me quieres y somos como una misma persona. Y eso nadie podrá cambiarlo.
-       ¿Entonces no me dejarás?
-       Nunca, por nada del mundo, siempre estaré contigo, a tu lado.
Hubo un largo silencio. Nos miramos profundamente. Hace nada que éramos unas niñas que buscaban aventuras para matar el aburrimiento, que contaban historias fugaces a los que deseaban oírlas, que miraban las estrellas y se dejaban llevar por los mundos de lo fantástico y lo imaginario. Pero ahora, la realidad había decidido desviar nuestra felicidad y cambiar el rumbo de las cosas.
Lara me cogió la mano y entrelazó sus dedos con los míos.
-       Prométeme una cosa y prométela de verdad.
-       Lo prometo.
-       Dime que no harás ninguna estupidez. Que disfrutará de la vida. Que vivirás aventuras, y que las escribirás.
-       Lo prometo.
-       Ahora, ¿ves esa caja? - señalo una caja roja, vieja y desgastada que descansaba en la mesita.
-       Si.
-       Bien, ¡Ábrela!
Me acerqué y cogí la caja. La abrí y saqué de ella un libro de color violeta. Parecía una especie de diario personal.
-       Prométeme también que escribirá aquí todas las aventuras que corras y las historias que se te ocurran. Ahora, ábrelo.
Lo abrí, y al hacerlo un papel violeta cayó lentamente al suelo. Me agaché a cogerlo y entonces recordé algo. Un papel violeta… ¿de qué me sonaba eso? Y de pronto lo recordé todo:
Cuando éramos pequeñas, recuerdo que Lara era muy distinta a los demás niños. Ella siempre decía que cada uno debía ser como quería ser y no como los demás querían que fuese. Y por supuesto no tenía ningún inconveniente en pensar en voz alta. Por eso los demás niños se metían con ella, que pensarían que era la última alternativa si se tenía demasiada envidia. Ella los ignoraba, hasta que un día los límites comenzaron a borrarse. Ahí fue cuando intervine yo. Les advertí que si no la dejaban en paz se iban a enfrentar con algo mucho más fuerte que la ignorancia y la pasividad.  Por supuesto, se fueron corriendo. Ese día, recuerdo que miramos las estrellas y hablamos de los momentos memorables de nuestras. Recuerdo también que sacó un papel violeta de su bolsillo. No tenía nada escrito. Me dijo que ese día escribiría ese momento ahí. También me dijo, mientras entrelazaba sus dedos con los míos, que nada ni nadie nos separaría jamás. Y ese día, Lara  se convirtió en mi mejor amiga, para siempre.
-       Sonja, ¿recuerdas cuando comenzó nuestro viaje?
Ohh! Claro que lo recordaba. Comenzó justo después de nuestro momento violeta”.
-       Si, lo recuerdo.
-       Pues, entonces, prométeme que seguirás nuestro viaje donde lo dejamos. Pues aunque no estaré contigo en forma corpórea, estaré allí.
-       Lo prometo.
Entonces sacó un papel azul, vacío.
-       Cuando marche, escribirás este momento en este papel azul y después continuarás escribiendo donde yo lo dejé.
Nos tiramos toda la tarde riendo, hablando y leyendo sobre nuestras aventuras y momentos felices o no de nuestra historia. Pasaba el tiempo y Lara fue perdiendo lentamente todo sus sentidos. Ya no podía oler, ni degustar, ni hablar, solo podía sentir mi mano y mirarme fijamente. Era una mirada fija, de despedida, y entonces se le cerraron los ojos. Le di un beso de despedida en la frente. Cuando sus padres llegaron ella yacía inerte en la cama y yo estaba tumbada a su lado.
Pasaron días, meses… una mañana de primavera la brisa fresca de la mañana me despertó acariciándome la mejilla y el pelo suavemente, las violetas de la ventana habían crecido considerablemente desde ayer, y se respiraba un ambiente de felicidad bastante notable. Cuanto adoraba Lara la primavera, con su brisa fresca mañanera, que traía el canto de los pájaros, felices, el olor a tierra húmeda y las violetas… oh, las violetas

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