jueves, 16 de septiembre de 2010

El día en el que viví

Es un día de primavera, las flores se van abriendo lentamente, los pájaros vuelan  felices en el aire, los jardines del vecindario rebosan vida, con sus cálidos y llamativos colores, los niños corren y se divierten, y yo me encontraba en mi habitación contemplando este hermoso paisaje  desde la ventana postrada en la cama, por una grave enfermedad. Si salía fuera corría el riesgo de empeorar, por eso me confinaba  en mi habitación, un lugar frio, gris y muerto, comparado con lo que se veía en el exterior, no sabía lo que era sangrar, no sabía lo que era querer y no sabía lo que era amar.
Los  meses pasaban, y mi habitación permanecía inalterable frente al paso del tiempo, sin en cambio, bajo mi ventana, todo se movía, vivía y respiraba, todo cambiaba, las hojas se volvían marrones, los pájaros se marchaban, y las flores de los jardines se marchitaban, y todo volvía a empezar.
Ya estaba harta, recapacité, y pensé que lo mejor era salir al exterior, porque mientras que me quede en mi habitación, toda mi vida será una mentira, y no viviré la vida de verdad, así que merece la pena  arriesgarse, ¿no creéis? Me pongo mis botas de montaña, unos vaqueros y una camisa, nada especial,  abro la puerta de mi habitación  con decisión, salgo al pasillo del piso de arriba, bajo las escaleras, y me dirijo hacia la puerta principal.
-¿Qué te crees que estás haciendo?¡¡ vuelve a tu habitación!!- mi madre, una mujer de  unos 50, pequeña y rechoncha, pero imponente.
-No pienso volver a meterme ahí para no volver a salir nunca más- Abro la puerta, un viento gélido me golpea la piel, veo con mis propios ojos el exterior, y no a través de un cristal, tanta felicidad y tantos sentimientos juntos no son buenos, así que me desmayo.
Me despierto en un hospital,  no hay nadie en la habitación, solo yo. A mi alrededor solo hay maquinas, me desconecto, me incorporo y salgo al pasillo, me da un poco de vergüenza llevar el camisón, pero ¿que se la va hacer? Hay muchos enfermos por los pasillos, estoy desorientada  y confusa, debo de tener una pinta horrible, puesto que un chico se me acerca, me coge de la mano y me lleva de vuelta a mi cama, yo no rechisto, no tengo fuerzas.
-Túmbate, enseguida traeré a un médico- me dice aquel chico.
-No, por favor quédate- le digo agarrándole del brazo.  Él me coge la mano, y se sienta en una silla.
-¿Cómo te llamas?- me pregunta.
-Sarah.
-Encantado de conocerte, Sarah- esboza una sonrisa dejando ver sus perfectos dientes blancos y bien alineados, me mira fijamente a los ojos, y descubro que los tiene verdes, como la hierba de los jardines.
-E… e…encantada.
-¿Y tu familia?
-No sé. ME desperté ya aquí.
- ¿y tú por qué estás aquí?
- Por trabajo.
            -¿y no deberías estar trabajando?
            -No, prefiero estar aquí, contigo- Me aparta suavemente el cabello de la cara. Me ruborizo. En ese momento entra la enfermera.
                -Hola, ¿Qué tal te encuentras?- me dice la enfermera.
                -Bien, supongo- El chico se marcha en silencio. La enfermera me comprueba la temperatura, la tensión y todo ese rollo. Pero yo solo pienso en aquel extraño chico, y caigo en la cuenta de que no sé nada de él, solo que tiene una belleza propia de un ángel, y que trabaja aquí.
                -Perdone. ¿Le puedo hacer una pregunta?
                -Sí, claro.
                -¿Conoce usted a algún chico que trabaje aquí, alto, muy guapo, y con los ojos verdes?
                -No.
                -¿estás segura?
                -Sí, totalmente segura- dice moviendo la cabeza energéticamente a modo de afirmación-¿Por qué?
                -Emm… - dudo en contárselo, y al final decido no hacerlo- por nada, simple curiosidad.
Mis padres vienen por la tarde, y se van por la noche, muy tarde. Me sumo en un sueño plácido, pensando en aquel joven.
Por la mañana me despierto, y ahí está él, hablamos, nos miramos a los ojos, y lentamente voy teniendo sentimientos.
Los noches pasan, y él me visita día tras día por la mañana, no sabía si dejarme llevar por mis sentimientos, enamorarme perdidamente de él, o por el contrario, asustarme, siempre estaba allí, pero nunca con mis padres, o con las enfermeras. Él también, sentía lo mismo que yo, se le veía  en los ojos, pero había algo que le asustaba.
Pasaron meses, y él siguió viniendo, pero me fui del hospital, y no le volví a ver.
Después de eso, me encontré en la cama durante un año, triste, débil y hundida, escuchando música depre.
Un día, mire a la ventana, volvía a ver la misma imagen, un barrio familiar, con chalets. Pero había una diferencia, algunas hojas estaban marrones, y otras verdes, llenas de vida, y en ese momento entendí finalmente que siempre vas a tener oportunidades, pero si no las aprovechas serás alguien sin futuro, sin opciones a cambiar, serás monótono y sin vida, sin embargo, si decides aprovechar las oportunidades que te brinda la vida, podrás cambiar, avanzar, moverte, seguir viviendo, seguir existiendo…
Una vez recapacitado, decido volver a salir de casa. Esta vez no me pilla nadie. Salgo, y me vuelve a pasar lo de la última vez, pero continúo andando, sin parar, mirando en todos los lados, para verle otra vez.
Al caer el sol, me siento en un descampado, de cara al  río, detrás de él se encuentran las montañas, y detrás de estas, el sol, se está ocultando lentamente haciendo un paisaje magnífico, la luz del crepúsculo me acaricia levemente, me cojo las piernas, y las aprieto contra mi cuerpo para mantener el calor, siento que mi vida se está escapando con cada aliento que exhalo, solo por él.
Miro fijamente al río, tan vacío en la superficie y tan lleno de vida en el fondo.
-¿Qué haces fuera de casa?- ¡¡Era él!! Me giro rápidamente, allí estaba, de pie, tan bello como siempre, parecía que irradiaba luz propia. No puedo creerlo, le miro fijamente, una lágrima cae lentamente por mi rostro, recordándome, lo cálidos que somos por dentro. Se adelanta unos pasos, y se sienta a mi lado,  me abraza.
-Te quiero- El gira la cabeza hacia mí al escuchar estas palabras. No dice nada, hay un silencio incómodo. La brisa me acaricia el pelo, y un escalofrió me sube por la espalda, el me agarra aún más fuerte, estoy débil, pero cada minuto que paso con él me insufla un poco de su vida.
-Tengo que contarte una cosa- caya durante un momento, pensando sus palabras.
-Ya lo sé, lo he sabido desde el momento en que te vi, por eso tenía miedo, pero mis verdaderos sentimientos  no eran de temerte, al contrario, mi corazón, mi alma todo mi ser deseaba amarte.
-¿Así que lo sabes?-Me pregunta el estupefacto.
-Sí, y me gustaría pedirte un último favor- el duda en responderme, pero al final se decide a hablar.
-Lo que quieras.
-Entra en mí, quiero sentirte parte de mí.
 Me besa en los labios, y a la luz del ocaso nos convertimos en uno, entrelazamos nuestros cuerpos, mi vida a cada beso que le doy se va yendo con él.
Cuando terminamos era de noche, nos quedamos tumbados mi cabeza reposaba en su torso cálido  hasta que pasó la oscuridad.
Con los primeros rayos de  sol, el se incorporó, se levantó, y me tendió la mano.
-¿Estás preparada?
-Solo una pregunta- le mire fijamente a los ojos- ¿eres La Muerte o un Ángel?
-Eso no importa, ¿no crees?
-Sí, supongo que no importa- le doy la mano y me ayuda a levantarme.
Ahora, mi cuerpo se haya desplomado sobre  la hierba mojada por el rocío de la mañana, y yo, cogida de la mano, al hombre que amo, me dirijo hacia un destino mejor o peor, ¿Quién sabe? Pero a pesar de todo mi destino.
Veo a algo, ¿Qué diablos es?...
               

4 comentarios:

  1. que bonito, precioso, increíble, lo adoro <3

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  2. Oye me encanto me quede con la ganas de seguir leyendo escribes muy bien esta muy bueno sigue asii esta genial ;)

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  3. Muchas gracias, espero que os gusten todas mis historias, y que disfruteis con ellas tanto como lo hago yo al escribirlas.

    Saludos :)

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