viernes, 3 de septiembre de 2010

Makel, ¿vida, o muerte?

Nos situamos en un mundo irreal. Donde no hay tiempo para los sentimientos, solo para la lucha y la supervivencia. Me llamo Makel, soy un adolescente que tuvo que hacerse adulto rápidamente, por aquello de la supervivencia, mi mundo, es muy diferente al vuestro, hay monstruos, no solo por las noches, también por el día, matan, saquean y destruyen todo lo que se encuentran a su paso, a decir verdad no son muy distintos a los humanos.



Yo vivía en una choza, hecha de palos y barro, con mi madre, mi padre y mi hermana. Un día mí hermana desapareció en el bosque, todos decían que estaba muerta, pero mi padre salió en su busca, y él, pronto también desapareció. Así que mi madre y yo nos quedamos solo, yo tenía 7 años, y tenía que pasar noches y días fuera de casa para cazar algún monstruo, o en algún caso, a una persona, en mi mundo, no existía el remordimiento y por defecto tampoco la conciencia, daba igual comerse un bicho gigante que a un niño indefenso. Cuando volvía de la caza a la semana, más o menos, mi madre siempre me esperaba fuera de casa, haciendo manualidades para venderlas en la gran ciudad.


Los años pasaron rápidamente y yo fui cambiando mi personalidad, y mi cuerpo se fue tornando poco a poco, en el de un apuesto joven. A causa de las horas bajo el sol, mis ojos se fueron aclarando hasta dejarlos con un tono marrón-verdoso, mi cabello paso de un oscuro marrón a un rubio oscuro, y mis músculos se fueron engordando ligeramente por el efecto del ejercicio físico. Mi madre siempre se me quedaba mirando, y se ponía a llorar, ella decía, que era una bella persona a pesar de las capas de mugre y de barro y que no merecía estar en ese mundo.


En mi mundo existía una sola ciudad rica, enorme, limpia y fabulosa, se llamaba La ciudad de Anek-hamatrón. En aquella fabulosa ciudad existía una familia de nobles. Los reyes absolutos de este mundo. Pero para llegar hasta allí había que caminar durante semanas, y después navegar durante meses, se podría decir que estábamos dejados de la mano de dios, porque de este lugar donde yo vivía no se acordaba nadie, y vivíamos como salvajes.


Mi madre una vez me conto que mi familia había vivido en la corte, como una gran familia, pero nunca me dijo porque habían pasado de poseerlo toda a no poseer ni siquiera su propio destino, ella me decía que fue por culpa de un antepasado lejano suyo, que se fue por el mal camino, y desterraron a toda mi familia por su culpa, ella después de contarme esto, una y otra vez, miraba al cielo, intentando rememorar aquellos días majestuoso de mi familia, aunque ella nunca los había vivido.


Cuando me hice un joven guapo, alto y atlético, capaz de enfrentarme a cualquiera, mi madre murió por una enfermedad muy contagiosa, que encontró cobijo después en mi cuerpo, durante meses cuidándome a mí mismo, vino un hombre extraño, me pasó su mano por la cara, desfigurada a causa del dolor y el sufrimiento, y hizo desaparecer todo aquello, me quito la enfermedad, con solo la palma de la mano.


Me fui a su casa, y me explicó que mi familia fue una gran comunidad de hechiceros, y que nos desterraron por un tatatarabuelo mío, llamado Godard, y aquel hombre, el que me había salvado y me había dado refugio en su propia casa era mi tío, que todavía utilizaba la magia.


Viajamos juntos por aquel extraño mundo, y llegamos a una ciudad alejada de mi tierra natal, estábamos en Anek-hamatrón, el reino de aquel mundo. Allí unos ladrones mataron mi tío y nos saquearon. Me desmaye a causa de un golpe en la cabeza. Y cuando me desperté estaba lloviendo, era de noche, y me encontraba tirado en medio de un callejón oscuro y estrecho, dolorido y medio inconsciente, nadie me vendría a buscar, pues nadie me quedaba ya. Me sumí, en un sueño intranquilo a causa del dolor.


Me desperté en el mismo callejón, era de día, una silueta humana me tapaba la claridad del día, mis ojos se acostumbraron a la luz y pude distinguir un rostro bellísimo debajo de una capucha. Era una chica joven, tendría unos tres años menos que yo, diecisiete, si esos eran los años que tenia, sus ojos azules como el agua, me miraban fijamente y me inspeccionaban palmo a palmo con gran cautela, y a la vez asombro. Sus cabellos rubios caían sobre su cuerpo, vestido por una túnica vieja y sucia. Me tocó la cara con sumo cuidado y dijo:


-Que bello eres- y a continuación me dio un beso suavemente en la frente, y me paso la mano por la cabeza para ver si tenía fiebre. Negó con la cabeza- estas ardiendo, acompáñame a mi casa ¿puedes andar?


- No lo sé- salió una voz de mi garganta, una voz firme, y adulta.


-Acompáñame- me ayudo a levantarme, me paso su brazo por mi cintura y yo el mío por su cuello.


Salimos de aquel asqueroso lugar y nos adentramos en un bosque. Encontramos una casita, medio derruida. Me sentó en una cama de paja, y me derrumbe ahí mismo. Me dejó dormir, y cuando me desperté estaba ella, sin túnica, cuidándome como si me conociera de toda la vida. Iba vestida como una campesina, pero tal belleza solo podía ser de un noble. Su cuerpo era delgado, pero se veía que no había pasado hambre. Sus pechos eran grandes, pero no en exceso, y su sonrisa era… divina propia de un dios.


-Buenos días, dormilón, ¿has descansado?


-Sí, ¿cuánto tiempo he estado dormido?


-Un poco menos de una semana.


- Lo siento por las molestias, y te estoy muy agradecido, pero debo irme- me levanto rápido, pero mis heridas aun no están cerradas, y grito de dolor.


-No, tú no te vas de aquí- Y así fue, pasaron las semana y no me marche de ese lugar, nuestros sentimientos eran mutuos, estábamos enamorados. Mis heridas se curaron y yo seguía allí.


Una noche, cuando la luna estaba alta, tuvimos una conversación sobre nuestros sentimientos, ella se había escapado de su familia, y yo la dije que había perdido a la mía, tal vez fuera por la pena o por el deseo, pero aquella noche nos hicimos uno.


Cada noche, nos dormíamos en la misma cama y olvidábamos nuestras penas cuando estábamos uno dentro del otro, nuestras almas se unían cada vez más, su hermosura iba creciendo, y la mía también al ver su alegría, propia de un niño pequeño.


Todo nuestro mundo éramos nosotros solos y la naturaleza, no existía nadie más.


Un día por la mañana ella me dijo que estaba embarazada, yo me alegre mucho, pero ella se entristeció, y me conto toda su verdad.


-Antes de fugarme, yo vivía en el palacio, era la hija del Rey, pero a pesar del lujo, los sirvientes, y las estúpidas de la corte llamadas “amigas” me sentía muy sola. Hasta que me encontré contigo en aquél lugar sucio y oscuro, entonces supe que todo mejoraría, pero sé que no durara para siempre los guardas reales, siguen buscándome, a pesar del año que ha pasado desde mi desaparición, y pronto me encontrarán- me dijo ella llorando desconsoladamente en mi hombro, no la creí, y la dije que no se preocupara que yo estaría con ella.


Así los mese pasaron, tranquilos y felices. A mi mujer ya se le notaba el vientre, ya habían pasado siete meses desde que me conto su historia.


Una madrugada fatídica los guardias nos encontraron, masacraron a mi mujer, y al fruto que crecía en su vientre, y a mí me dejaron allí tirado, como un perro, como escoria.


Y ahora, después de mucho tiempo, me encuentro aquí, a orillas del mar, gritando y llorando mi historia a los dioses, decidido a acabar con mi existencia. Me adentro un poco en el mar, aun toco el suelo, cuando veo a mi preciosa y añorada esposa, de pie en el agua, tendiéndome la mano.


-¿De verdad quieres hacerlo?

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