viernes, 16 de marzo de 2012

Imogen


Su risa sonaba entrecortada por el susurro gélido y áspero del viento. Caían pequeños y fríos copos de nieve entre la lechosa niebla, y apenas se distinguían las huellas que sus zapatos rojos dejaban tras de sí a lo lejos. Aún a pesar de la lejanía que me separaba de ella entre tanta niebla, yo seguía oliendo su aroma afrutado y sentía el calor que desprendía tras de sí. Conseguía visualizar en mi mente su pálida cara, con ese lunar en el párpado que le daba ese toque tan especial mientras corría sonriendo sin parar. Entonces volví a la realidad y me di cuenta de que cada vez ella estaba más lejos de mí, corriendo fugaz. Apenas se veía un poco de tela de ese abrigo rojo que era más grande que ella, ondeando al viento, cuando de pronto dejé de visualizarla. Por un momento pensé que me moría. Ya no veía ese rastro escarlata que la envolvía, ya no percibía su aroma, ya no sentía su calor. Corrí desesperado, no podía desaparecer sin más. La sola idea de que me dejase me partía en pedazos. No podía pasar, no podía irse, era… era… ELLA. Busqué y corrí sin parar como si no existiese nada en el mundo más que ella. En el momento en que mis piernas comenzaron a desfallecer sentí un pinchazo en el pecho y me di cuenta de que estaba rodeado de ese blanco agónico, mareándome y sintiéndome perdido. Caí de rodillas y prácticamente no sentí el frío de la nieve en mis piernas. Di un grito que me desgarró la garganta pero apenas lo escuché. Estaba perdiendo mis sentidos lentamente hasta que todo se nubló y mi conciencia se desvaneció completamente.

La había perdido, a su alma de pájaro, a su risa encantadora, a  su aroma, a su calor, a su inocente sonrisa… a ELLA.

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